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El Fin del The End

Al igual que la máxima de todo buen aventurero, lo importante en el mundo actual es el recorrido, el camino, no el destino. Aunque hubo una época en que lo más común era pensar las historias hasta completarlas (Polanski, por ejemplo, sigue siendo un maestro en este campo), ahora las obras de arte no se presentan como un todo cerrado y completo, si no que muchas veces se extienden más allá del formato (por ejemplo, novelas que continúan en fragmentos periódicos en Internet como El silencio se mueve de Fernando Marías), como si evitaran a toda costa el desafío de un final, deleitándose en el beneficioso desarrollo del »proceso». No corresponde a esta entrada juzgar si esto se ha traducido en una mejora del producto ofrecido, o si por lo contrario obstaculiza la creación de verdaderas obras de arte; con ella sólo señalo un fenómeno extendido que me parece sintomático de la época que vivimos. De hecho, esta tendencia explicaría el éxito mediático de las series televisadas (o proyectadas directamente por Internet) frente a la industria del cine.

La compartimentación de los tiempos cada vez más ajustada que se vive en el mundo actual beneficia el consumo de las series de televisión, tanto por su brevedad como por el reconocimiento de la trama y de los personajes, lo que evita a la mente un »excesivo» esfuerzo de concentración.

En general, las series de éxito mediático responden a una fórmula similar: nacen sin un final preestablecido. Así, supeditadas al factor demanda, los giros argumentales se elaboran sobre la marcha. El problema llega cuando tras años y años en antena deben enfrentarse a un final ( y si no que se lo pregunten a los no pocos seguidores de Lost). Es obvio que la gran habilidad de los guionistas hoy en día radica en la expectación que deben suscitar al final de cada capítulo, en la capacidad para enredar historias en lugar de zanjarlas. De esta manera, el guionista mantiene amarrado el gran barco del público a base de nudos que contadas veces se deshacen. Es una forma segura de mantener los porcentajes de audiencia. Sin embargo, no resulta extraño que el público exija explicaciones cuando a la hora de soltar amarras, por tantos enredos almacenados, se recurra al corte »por lo sano» y queden cabos sueltos, o más bien deshilachados.

La palabra Fin casi ha desaparecido del mundo cinematográfico. La mayoría de los films que triunfan están destinados a sufrir el desgaste de una »segunda parte», de una secuela o de remakes. Dado que casi todo »está hecho», la esperanza social exige que se puedan reinterpretar obras del pasado. Dudo que la exitosa industria de Hollywood pensara en los 50′ que el The End tendría tales connotaciones tanatoicas pocos años más tarde. Antes, el Fin suponía un broche necesario, un último paso de dignidad orgánica que enmarcaba la obra para elevar con orgullo algo que ya era del pasado. Ahora todo busca ser »presente» y presencia continua. Se deja siempre abierta la posibilidad de una continuación, como si se dijera, »todavía sigo aquí»; un claro síntoma de la inseguridad propia de los tiempos que corren, motivada por lo efímero de cada triunfo mediático, que enseguida es superado o sustituido por otro producto cuya intrascendencia es inversamente proporcional a la fuerza con la que se propaga en las masas. La palabra FIN alude más que nunca a la desaparición total.

Esto, en parte, es debido a la obsesión actual por la juventud. Uno de los graves problemas de la sociedad del S.XXI es que envejecer se ha convertido en una desgracia (y, para qué engañarnos, sí que lo es). Ninguna sociedad del pasado tuvo tantos medios para sobrellevarla ni tantas reticencias a afrontarla. Lo mismo pasa con la muerte (siempre en occidente). No deja de ser paradójico que en el mundo actual, donde los medios anuncian muertes a cada segundo, la sociedad se haya alejado tanto de este hecho orgánico. Se dice que nos hemos inmunizado, pero lo que sucede es que la virtualidad la camufla en una esfera de realidad aligerada, como de ficción. Sobra decir que las reacciones son totalmente diferentes cuando la muerte se lleva a alguien cercano, pero parece como si la mayoría de la gente, superadas las religiones, ya no supieran cómo enfrentarse a ella. Enterramos a Dios demasiado rápido. No es que me preocupe la desaparición de las religiones, desgraciadamente están bien asentadas (y sino ya inventarán otras); lo grave es que se pierda el componente espiritual a menudo asociado a sus ritos, y que temas como el de la muerte pasen a ser tabú a base de la banalización en sus formas virtuales.

Por eso resulta difícil la recepción, por parte del gran público, de películas como las de Lars Von Trier, un autor que parece diseñar sus films a partir de un final inmenso, fatal e inamovible. Finales como el de Bailar en la Oscuridad o Melancholia aniquilan la esperanza y dejan al espectador predispuesto al suicidio. Por muy irregular que sea su desarrollo, el final no deja lugar a réplicas, llevándose algo de nosotros e injertando en su lugar un recuerdo de vívido desamparo. “No soy de los que viven lamentándose sino que entiendo mejor que nadie las imposibilidades”: son palabras de Emil Cioran que podría haber dicho perfectamente el director Danés. No así la mayoría de la sociedad.

De ahí las pretensiones de eterna juventud que se apoderan de los medios. En el cine, como en la televisión, la adolescencia y los protagonistas jóvenes se han apoderado de la pantalla. Las historias de ancianos, de señores elegantes  enfrentándose a sus problemas vitales o a las injusticias mundiales ya no venden. Por suerte todavía hay gente que se empeña en llevar la contraria y consigue el éxito a pesar de lo impopular (y supuestamente antiestético) de sus propuestas, como la reciente Amour de Haneke.

Las series de televisión, la información, las noticias, la cultura en general, todo se traga sin dar tiempo a la asimilación. Todo funciona en vistas de futuro; se acaban las series televisivas, sí, y su final produce una serie de sentimientos encontrados: por un lado se ansía llegar a él, y por otro, una vez se conoce, se desea que nunca hubiera acabado. Pero no pasa nada, de una serie se pasa a otra con el simple gesto de realizar una búsqueda en la base de datos de las páginas especializadas. Porque qué decir de Internet y la virtualidad… el mundo de la juventud por antonomasia, hecho por y para jóvenes. En eso consiste el constante movimiento de la sociedad actual. La juventud es una etapa de movimiento, de impaciencia, y en sus aspiraciones frenéticas y efímeras pretende contagiar al resto de la sociedad, sin contar con ella.

Internet es clave para entender el mundo contemporáneo y no todo es reprochable a este nuevo medio, ni mucho menos. Además de factor condicionante fundamental, Internet se erige como símbolo de esta nueva relación de la persona con el entorno. La arquitectura, las obras de arte (performance, conceptual) buscan la implicación e interactuación del ser humano con ellas. Ya no se presentan como objetos cerrados y completos, válidos de por sí, sino que se difuminan con el entorno; no tienen unas fronteras delimitadas sino que se expanden y se conectan con otras formas (ya sean mentales o físicas); en general no tienen finales, sino que abogan por un final abierto, de libre interpretación (Inception de Christopher Nolan es un buen ejemplo), que supone también una apología de la »libertad» en el sentido más contemporáneo (con todo lo de banal y ligero que va implícito en esta moderna apropiación/desvirtuación de conceptos). Es un mundo con miles de puntos de fuga, de ausencia de fronteras, con líneas difusas donde todo está interconectado, donde cada hecho, cada objeto, lleva a otro. Esto se ve muy bien gráficamente en la representación virtual de los enlaces o vínculos, que conectan ramas de conocimiento, conceptos, diferentes formatos de obras de arte u medios comunicativos, etc.

Es, en general, un mundo mucho más complejo que no se ha tenido suficiente tiempo para asimilar, dado que se lo ha apropiado la juventud, una etapa de inmediatez, de impulsos. No se cuestiona los nuevos medios, simplemente los utiliza, unas veces mejor que otras. Todo esto da lugar a un mundo en constante movimiento, que es símbolo de vida, y la juventud es la época vital por excelencia. Sólo espero que no se desboque, y sepa (no como yo, que me he vuelto a enrollar) dar a cada cosa el fin que merece.

Un pensamiento en “El Fin del The End

  1. «Se deja siempre abierta la posibilidad de una continuación, como si se dijera, ”todavía sigo aquí”; un claro síntoma de la inseguridad propia de los tiempos que corren, motivada por lo efímero de cada triunfo mediático, que enseguida es superado o sustituido por otro producto cuya intrascendencia es inversamente proporcional a la fuerza con la que se propaga en las masas. La palabra FIN alude más que nunca a la desaparición total.» creo que aciertas totalmente. muy interesante tu artículo. a primera vista parece que tratarías de un análisis acerca de los finales cinematográficos, pero es estupenda la forma con que sorprendes al relacionar esto con la problemática social. sobre lo efímero, por un lado, cada vez más nos interesa acortar los tiempos, la aceleración de los tiempos diría yo (llegar antes a los sitios, la descarga rápida de archivos…), y por otro lado, ansiamos la eternidad. Nos encanta observar la naturaleza a través de la ventanilla del tren, y ojalá pudiésemos inmortalizar una puesta de sol; pero protestamos por la lentitud. Luego vamos en el ave y protestamos porque todo son túneles. Como dices tú, una vez conseguido el propósito, ¿qué? y así nos volvemos a encadenar a otros asuntos y cada vez con más prisa. más prisa, más consumismo, hasta convertirnos en máquinas sin juicio propio. Con unos medios u otros, este es un axioma que se ha repetido a lo largo de la Historia. Esperar, hacer las cosas con calma, con tiempo… eso ayuda a la reflexión. Nunca viene mal releer de vez en cuando ese clásico titulado «Momo», a pesar de su Ende final jajaja Supongo que como siempre me estoy yendo por las ramas, pero en fin… (nunca mejor dicho). pienso que salvo en las situaciones que para nosotros son negativas, nos asusta ser conscientes de un final.

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