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Tú crees que creas la manera, pero yo te he creado. En defensa de los hombres rectos con vidas difíciles.

Pieles suaves, hombres que estudian, cuerpos fornidos pero en su justa medida, con cara de bebe. Mujeres de piel aún más suave, que estudian y son extremadamente bellas, en cualquier ángulo, cara de bebe mucho más acusada. Un miedo a la maduración del cuerpo y de la mente, en una intensa carrera donde el tiempo te persigue a un segundo de tocarte la espalda, tanto que sientes su respiración en la nuca, ¿has estudiado lo suficiente?¿has viajado lo suficiente?

¿El sexo? con movimientos perfectos, sudada en justa medida, me tengo que preocupar de mi pelo, ¿cómo me va a ver desarreglada el hombre que quiero?, luego lo miro, despeinado, con pelos pegados en la frente, las manos tan callosas como en aquella primera caricia, la cicatriz de la barriga, una espalda con textura granular y pienso “nunca ha estado tan guapo” y ahí, respiro.

Se me vende por todos los lados que envejecer es malo y las imperfecciones, eso, IMperfecciones. Que la belleza tiene que acompañarme todos los momentos del día y que mi pareja tiene que ganar mucho dinero e ir en traje para combinar con el vestido que me compre (él). Imposiciones estéticas. Mi sensibilidad a la belleza, sin embargo, está en otro lado. En un hombre esperando por mí en un panda del 98 con varios arañazos, mientras fuma en el capo, gorra en la cabeza, zapatillas casi con agujeros, pero pagadas con el sudor que recorre su frente y cae en la punta de su zapato y veces en mi frente.

Supongo que sentí lo mismo cuando escuché Dust Bowl de Ethel Caín, o cuando veo los post de Iron Worrier en tumblr. Me inunda una nostalgia, la belleza de lo material, de lo dado sin perfeccionamiento, de los coches viejos y la ropa usada, del olor del trabajo. Seguí investigando, hay pensamiento en esos posts y, de repente, la visión de la vida de este tipo de hombres que llevan partiéndose las manos desde los 16, habiendo dejado el instituto (por lo que se pensaría, que si saben hablar, ya es mucho) me deja más fría que cualquier reflexión de Nietzsche o cualquier filosofillo moderno de la universidad que intenta emular la estética del trabajo, pero que no tiene ni idea de coger un taladro. 

Hay algo que me recorrió la columna al leer esta reflexión, la idea del deber tal vez o incluso el emancipamiento de lo establecido, el reivindicar esa vida que en la contemporaneidad parece una pesadilla, lo que algunos llaman el “paquete completo” (mujer, casa, trabajo, hijos) que les aburre severamente, sienten que merecen algo “mejor”. Quiero aclarar que estoy hablando de hombres de esta estética concreta, del trabajo, es decir, no de maleantes, ni de rebeldes sin causa, no. Hablo de hombres que han sido atacados con una violencia vital grande y que se mantuvieron con la piedra en la mano, mirando fijamente la cara de una realidad que parecía retorcerse sobre ellos y que tuvieron que responderle.

Solo veo discursos de hombres que se quieren hacer ricos, conozco varios, pero también conozco hombres de deber, que ayudan a sus familias y sueñan con ese paquete completo del que se ríen los que conducen un Bentley, pongo la mano en el fuego de que el seat panda del 98 traza mejor las curvas.

Me he declarado ya varias veces como amante del materialismo filosófico, consecuentemente soy amante de estas estéticas en todo el significado filosófico de la palabra, pues, ya no solo por lo que veo en las cuentas de fotografía que siguen esta línea, si no también en los hombres que conozco que, aún sin conocer el materialismo, ni la estética en sí, participan en ella. Viven en un mundo que les mira por encima del hombro, sobre todo si son jóvenes trabajadores de construcción, tienen incluso ese rintintín con el que crecieron desde pequeños en la parte de atrás del cráneo. Me acuerdo el odio que se le mostraba a los FP en mi instituto, quienes lo elegían parecían estar destinados al fracaso absoluto, al analfabetismo y a la exclusión social. Me alegra verlos ahora independizados mientras yo escribo esta crítica con mejor vocabulario, pero, igualmente, me apena hablar con ellos de pensamiento, pues se piensan que no entienden o qué no pueden opinar. Aquí, en la universidad, los llamarían realistas ramplones claro. Déjenme pues, a mi, estremecerme con sus historias y su visión vital que sería desechada por cualquier filósofo usando su neolengua (pues no quiere ser entendido), déjenme a mi admirar su curso vital, sus gustos musicales casposos y su mente aparentemente cerrada en la que siempre me siento protegida, ¿cuatro paredes? Sí, pero mis cuatro paredes.

Concluyendo con esta crítica más sosegada necesitaba traerlos a coalición. Que la academia se replantee a quien tiene en sus filas y que el sistema piense dónde están sus mejores hombres y los más fuertes, de los que siempre suelen tirar cuando hay una guerra, pues tal vez el que solo ha cogido libros y tiene a Dostoievsky como Dios se pone a llorar cuando oiga por primera vez un disparo. Si esta es la manera de dignificarlos que así sea, si alguien ha descubierto la fuente de la vida han sido ellos. 

Realismo ramplón, pero sin un cabo suelto, con 23 años, ayudando a sus abuelas con la pensión, a sus hermanos con los deberes y a su novia con cualquier cosa que le pida. Deber y fortaleza hasta cuando lloran en tu regazo.

Un pensamiento en “Tú crees que creas la manera, pero yo te he creado. En defensa de los hombres rectos con vidas difíciles.

  1. Grazas por falar da beleza desta outra «realidade» na universidade, penso que sempre é preciso e grazas por facelo sempre coa tua elegancia, adoro =)

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